El pueblo cubano atesora en
su corazón muchas anécdotas que reflejan en
toda su magnitud la recia personalidad
del Che, ese hombre inmenso que sabía felicitar con
la misma fuerza que ejercía la crítica oportuna.
De la época en la Sierra Maestra fueron varias las
ocasiones que sus compañeros intentaron favorecerlo
en la alimentación, debido a sus padecimientos asmáticos.
Jamás aceptó un privilegio; reprochó
cada hecho y siempre comió lo mismo que el resto de
sus hombres.
Se conoce de su cotidiana asistencia a trabajos voluntarios
y en esa faceta sobran los relatos como las veces en que se
vieron enrolados periodistas o fotógrafos que intentaban
entrevistarlo o captar una escena. La reacción del
Che se repetía: Mire usted, lo mejor que hace
ahora es pegarse a trabajar junto a nosotros y después
analizaremos su deseo.
Se cuenta también que los jóvenes del Ministerio
de Industrias convocaron a una jornada a la cual respondió
el Comandante, quien quedó sorprendido al apreciar
la poca asistencia de los organizadores. Él quedó
callado, pero adoptó las medidas para que al domingo
siguiente la masa juvenil fuera mayoritaria.
Una mañana debía salir temprano de su hogar
y al inquirir dónde se encontraba su chofer alguien
le respondió que, como llovía, había
llevado a uno sus hijos a la escuela. El Che calló
y cuando retornó el conductor del auto, sólo
le dijo: Tenga usted presente que no le maneja a Ernesto
Guevara, sino al Ministro de Industrias.
Era exigente en el cumplimiento de los horarios y como ejemplo
puede recordarse que cierto día concertó una
partida de ajedrez con José Luis Barreras, directivo
del juego ciencia. Barreras llegó algunos minutos pasada
la hora. Después del saludo conversaron sobre varios
temas y cuando su interlocutor le preguntó: ¿Cuándo
comenzamos a jugar?, recibió una respuesta tajante:
Oiga, la disciplina es fundamental en la vida. Acordamos
a las nueve de la noche y usted llegó después,
por lo tanto, hoy no jugaremos.