Entre sus virtudes resulta imprescindible señalar
la sencillez y la sensibilidad que le acompañaron
sin apartarse un ápice de la fortaleza de carácter
en los momentos requeridos. Así lo recuerdan amigos
y conocidos. Se le identifica como un hombre exigente con
los demás y consigo mismo, ejemplo de voluntariedad
y humanismo. En agosto de 1960, relató algunas de
sus experiencias después de graduarse como médico
y mientras recorría algunos países de América:
...empecé a entrar en estrecho contacto con
la miseria y el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad
de curar a un hijo por la falta de medios (...) pero yo
seguía siendo, como siempre lo seguimos siendo todos,
hijo del medio, y quería ayudar a esa gente con mi
esfuerzo personal. Quizás con esa experiencia
sentenció que para ser un médico revolucionario
primero hay que hacer una revolución. Por eso, durante
la lucha guerrillera en la Sierra Maestra no vaciló
un instante cuando tuvo que escoger entre el fusil y las
balas o la mochila con los medicamentos, debido a los constantes
ataques de asma que le imposibilitaban cargar con tanto
peso sobre sus hombros. Tal vez por eso en tiempos de paz
llamó a crear un cuerpo robusto, pero no crearlo
con el trabajo artístico de un médico sobre
un organismo débil, sino crear ese cuerpo robusto
mediante el aporte de muchos factores en la sociedad. Aquí
también estaba presente el llamado ese llamado a
la solidaridad que preconizó y demostró con
el ejemplo.
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